El
judío errante
Al
pueblo cualquier día de un año que no recuerdo llegaron los gitanos; una tribu
nómada extinguida en Colombia pero que recorrió el territorio en todas
direcciones con sus costumbres extrañas y su lengua enrevesada que solo ellos
entendían. Los recuerdo porque a uno de niño lo asustaban con ellos diciendo
que si no hacía caso se lo regalaban a los gitanos y que estos comían carne de
infante. Pero también que a uno se lo llevaban para venderlo en otro pueblo
durante las ferias y fiestas.
Regresando
en el tiempo y comparando con las personas que frecuento ahora descubro que la
mayoría de gitanos eran paisas, por su acento y vestimenta. Los hombres
remendaban ollas y recipientes metálicos con soldadura de cobre que aplicaban
con un soplete, también usaban estaño (todo esto lo se ahora) y algunas ollas
parecían la cara de un adolescente con acné, llenas de granos metálicos.
Afilaban cuchillos y vendían burros y caballos. En esto último eran maestros
del engaño y no se como hacían para disimular los años y los defectos de esos
pobres animales que muchas veces se sostenían en pie por puro milagro.
Las
gitanas eran el terror de las mujeres casadas y las novias del poblado. Vestían
faldas largas que les arrastraban barriendo el suelo, hechas con telas de
colores chillones. Usaban unas pañoletas también multicolores, aretes
extravagantes y manos llenas de anillos. Pasaban por todas las tiendas buscando
borrachines a quienes leer la suerte en las líneas de la mano, el cigarrillo,
el tabaco o echando el naipe. Siempre iban en parejas y mientras una adivinaba
la suerte la otra esculcaba al pobre pendejo de turno. Algunas eran jóvenes y
bonitas y engatusaban a los varones prometiéndoles su cuerpo a cambio de
dinero, hasta donde supe, casi nunca lo cumplían porque sus hombres gitanos
eran muy celosos y cobraban estas afrentas con sangre para lavar el honor.
Después de unas semanas, no demasiadas, levantaban sus toldas (olvidaba este
detalle) y en un camión destartalado salían con rumbo desconocido.
Recuerdo
que en Cien años de soledad, José Arcadio hijo, se fue detrás de una muchacha
de un circo, ese pasaje me parece similar al de mis gitanos. En este caso fue
al contrario, una de las niñas mimadas del pueblo se enamoró de un gitano de
ojos negros y soñadores, por el que suspiraban las chicas casaderas y las
solteronas del pueblo, y una mañana de madrugada, cuando las mujeres devotas
salieron rumbo a la iglesia para la misa de seis de la mañana, descubrieron que
el campamento de los gitanos ya no estaba.
Cuando
corrió la voz, alguien dijo que la vio subir al camión. Otro afirmó que los
gitanos eran demonios y otro menos exagerado afirmó que eran judíos. Con el
paso del tiempo los padres dejaron de buscar por todos los pueblos donde
acampaban gitanos, porque no era una sola tribu, y tuvieron que consolarse con
la noticia que el joven que había robado el corazón de su hija era un judío
venido de Israel y se había llevado a la que ahora era su esposa por el rito
gitano para su tierra.
Dos
décadas más tarde, cuando todo el pueblo había olvidado, apareció una señora
muy elegante, con vestimenta parecida a la de las gitanas de antaño, acompañada
por dos hermosos jóvenes que recordaban al ladrón de la muchacha y caminaron
directamente a la casa de sus padres. La dama entró directamente a la sala y se
arrodilló frente a un anciano de cabeza blanca, le besó la mano y le pidió
perdón. Cuando el viejo se quedó mirándola, reconoció a su amada hija y le dijo
que se levantara y lo abrazara. Entre
lágrimas y risas llamó a su anciana esposa y escucharon su historia que en
resumen era así:
“Me
enamoré perdidamente de Enoc, que así se llamaba mi esposo, me volé con él para
recorrer los caminos de Colombia pero no sabía que él andaba por todo el mundo;
conocí muchos países y tuve dos hijos que son estos dos jóvenes que me
acompañan, en uno de sus viajes de judío errante, al que no fui por cuidar los
niños, mi marido se ahogó en el rio Nilo. Recordé mis orígenes y aquí estoy
pidiendo perdón y alojamiento porque no me quedó un miserable peso”
Los ancianos
miraron por turnos a su hija y a sus nietos. El perdón ya lo habían otorgado
desde el fondo de su corazón pero no sabían cómo explicarle que la casa ya no
era de ellos, que estaba convertida en un hogar para ancianos y ellos seguían allí
porque era una de las clausulas que dejó escritas su hijo mayor al hacer la
venta de la propiedad. Que no podían darle posada y menos comida y que con su
bendición, saliera de nuevo como la primera vez a recorrer el mundo. Y para
terminar, cuando ella les preguntó por los gitanos, para buscarlos y
reintegrarse a una tribu, le dijeron que jamás habían regresado y hasta donde
sabían eran especie extinguida.
Edgar
Tarazona Angel
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