David era un muchacho de mi pueblo,
está vivo pero ya no es tan muchacho, muy buena persona, comedido, decente en
todo sentido y, en una palabra, un
excelente ser humano. De baja estatura y delgado casi al límite, de facciones
agradables y un carácter que se hacía querer de todo el mundo.
Como en todas partes, también
habitaba en la población un hombrón mal hablado, grosero, patán al límite,
busca pleitos y, para colmo de males borracho empedernido. El destino o la mala
suerte, hace que estos personajes se junten en la vida real para bien o para
mal; para los que escribimos es una suerte que existan porque aportan material
para las historias. Mentiría si dijera que este brabucón tenía el nombre de
Goliat, el registro de nacimiento decía a la letra que su nombre era Bonifacio Arcángel.
Recuerden que en el pueblo de mis vivencias todos teníamos apodos y muchos de
estos sobrenombres eran sacados de la Sagrada Biblia.
El tal Bonifacio era apodado Goliat
por su tamaño y porque en las peleas siempre era el que salía en primera fila a
pelear porque, olvidaba decirlo, tenía una pandilla de sinvergüenzas que
andaban para arriba y para abajo por el pueblo de cantina en cantina bebiendo y
buscando camorra. Por supuesto, le hacían bromas a los más débiles y entre
estos estaba David, el personaje de esta historia: le ponían zancadillas, lo
escupían, lo empujaban, le quitaban en el colegio lo que llevara para el recreo
y así pasaron los años. Una de sus diversiones era atar al cuello de los perros
callejeros unas latas que sonaban cuando el animal corría espantado y los
malditos se divertían con el terror del animalito.
David viajó a estudiar a la capital y
regresó como maestro de la escuela, mientras, Goliat continuaba su vida de
perdulario a costa de sus ancianos padres a quienes maltrataba de palabra y
obra sin que nadie ayudara para que la situación cambiara. Algunos de sus
compinches se habían casado y sentado cabeza pero aun lo acompañaba un tal
Lázaro que lo seguía como un perrito
fiel. El matón dedicó mucho tiempo en amargarle la vida al pobre maestro que,
un día no soportó más y lo desafió a pelear en el campo de los deportes.
La risa del gigantón se escucho por
todo el pueblo y en la tienda donde se sentó a beber licor mientras contaba con
pelos y señales como iba a despanzurrar al enano David que no le llegaba ni al
hombro. A las cuatro de la tarde se presentaron ambos en el sitio convenido que
estaba repleto de gente, pienso que todo el pueblo y sus alrededores asistían
para presenciar la masacre. Goliat hizo tronar las coyunturas de sus dedos
mientras soltaba una risa malévola, miraba de medio lado caminando como pavo
real a David. Este se desabotonó la
chaqueta, extrajo una pistola de 9mm y le descerrajó un tiro en la frente al
gigante…
Caminó despacio rumbo a la puerta en
medio de un silencio de tumba sin que nadie tratara de detenerlo y desapareció
para siempre. A sus espaldas se sintió un suspiro de alivio.
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