Como tengo muy mala memoria, a veces
no recuerdo todo lo que digo, pero si les puedo asegurar, casi que jurar, que
todo es la pura verdad. En ese pueblo de siempre, como todo pueblo que se
respete, teníamos el bobo del pueblo.
Hoy en día este personaje pertenece a una especie en vía de extinción pero en
los tiempos de mi infancia, hace
muchiiiiisimos años, pueblo que se respetara tenía su bobo, su loco, en
fin, un representante de cada una de las categorías pintorescas de la fauna
humana.
Y los mismos desocupados de todas las
plazas de los pueblos pequeños que no tienen ocupación conocida; fuera de
chismosear todos los días, piropear a las muchachas, saludar muy atentos a las
señoras, hurgarse los dientes con un palillo y escupir; lo mejor que saben
hacer es poner sobrenombres. No creo que en el pequeño poblado existiera
alguien que estuviera a salvo de su mote. Desde el alcalde hasta el más humilde
personaje tenían sus nombres y apellidos por la ley y por la iglesia y sus
correspondientes alias por cuenta de los sin oficio.
Al pobre bobo (es un decir porque
pertenecía a la familia más adinerada) de la familia Rey, le acomodaron Salomón
como una ironía contradictoria, porque su nombre verdadero era Luis Alfonso
Rey. Cuando pasaba se quitaban el
sombrero para saludar a su mamá (la del bobito), le preguntaban las mismas
tonterías de siempre y saludaban al joven muy respetuosamente para después de
que estuvieran distantes carcajearse y burlarse de la “bella familia” que
contaba en su haber un suicida, un homosexual, una pariente puta y un hijo
bobo, que sinvergüenzas.
El joven casi nunca salía solo pero,
cuando se escapaba y pasaba por la plaza central (la única de la aldea) siempre
se encontraba con los desocupados que lo saludaban con respeto y le dirigían
preguntas muy serias. El pobre adolescente se sentía confundido pero halagado
al mismo tiempo por la deferencia que le demostraban y contestaba como lo que
era, puras bobadas. Los malditos le daban las gracias, lo encaminaban a su casa
y se desternillaban de la risa comentando las respuestas que les había dado. A
veces les daba tema por varios días y cuando se les acababan los recuerdos,
pensaban acerca de nuevos temas para preguntarle sobre historia, filosofía,
arte, deporte, en fin, cuanto se les venía a la calenturienta cabeza.
Al muchacho retardado lo invitaban,
con inusitada frecuencia, a sus casas las damas solitarias, en especial las
viudas, las separadas y las solteronas calentonas. ¿Para qué?, eso les
agudizaba el ingenio a los vagos de mi pueblo. Lo cierto es que las burlas y la
preguntadera sobre temas para confundir al bobito terminaron abruptamente un
domingo a la salida de la Misa mayor. Ya le habían hecho preguntas
malintencionadas sobre temas sexuales que contestaba el tonto con: “No puedo
decirles eso, lo prometí”.
Ese día le dijeron con toda la mala
intención: “Salomón, no diga nombres para no romper su promesa, señálenos con
el dedo las viejas que le han hecho cositas, jajaja”. El bobo dijo: ¡Ah, bueno,
asi sí! Y señaló con el dedo tres madres y cinco hermanas de los fastidiosos.
Muy bueno Edgar, tal cual sucedía - y tal vez sucede aún - en los pequeños pueblos donde faltaba tecnología y a veces comida y abrigo, pero sobraba tiempo. Te sigo. Abrazo
ResponderEliminarMuchas gracias Jorge. Como soy pueblerino y provinciano me nutrí en mi infancia y juventud de esta clase de anécdotas que, ahora, recreo más por divertirme que por un quehacer literario
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