No me lo van a creer pero en la aldea
también existe el apellido Arcángel y pertenece a una familia campesina muy
pobre; sus retoños varones cursaron la primaria con mucho sacrificio y las
mujeres Arcángel desde su tierna infancia ocuparon cargos de sirvientas en las
casas de las familias acomodadas. Esta es otra vaina que siempre me molestó
porque por esos años a las muchachas del servicio domestico jamás se les pagaba
un salario; decían las señoronas que el techo, la alimentación y un vestidito
al año eran pago suficiente. No está por demás contar que la ropa que les daban
era la que las niñas de la casa ya no usaban.
En mi pueblo todo tenía una sola representación: un banco, una
iglesia, un estanco de licores, una pequeña plaza en el centro y una oficina de
correos que prestaba también servicio de teléfono (este también era un solo
aparato para todos). Como casi nadie llamaba, ni falta que les hacia porque del
pueblo solo se iban los muertos y eso para el cementerio, entonces una persona
se encargaba de correo, teléfono y telégrafo. Pero llegó la guerra de Corea y
algunos soldados pertenecientes al pueblo fueron con el batallón Colombia a
esas lejanías y enviaban cartas; unos no regresaron y se radicaron en otros países;
ahí nos dimos cuenta para que servía esa bendita oficina.
La señorita Inés Baquero, hija de don
Abraham, el del cuento del seno, era la telefonista y cuando empezaron a llegar
cartas y encomiendas de ultramar se pegó una enredada de los demonios porque,
además, llegaron paquetes y giros de dinero, amén de llamadas desde y para la
capital, o sea que empezó a justificar el miserable sueldo que le pagaban por
no hacer nada. El alcalde en medio de su sabiduría y religiosidad, y pensando
en los enviados de Nuestro Señor, tuvo la idea genial de nombrar uno de los jóvenes
de la familia de nuestro relato, de manera que el mío es de los pocos pueblos
en la historia que ha tenido su propio Arcángel Mensajero del señor, ¿O no?
Edgar Tarazona Angel
No hay comentarios:
Publicar un comentario