Uno de tantos personajes de mi pueblo
fue un señor de apellido Bautista del cual nadie recordó su nombre después de
que pasó lo que pasó y es parte de la historia de esa aldea. Llegó como
vendedor de ungüentos, medicinas y pócimas para curar desde la pecueca hasta el
cáncer más arraigado, según pregonaba los días de mercado en el centro de la
plaza. Dos días de la semana arribaba y
como llegaba marchaba para el siguiente pueblo donde hubiera ferias y fiestas o
fuera día de mercado; hasta simpático era el hombre y ganaba amigos en todas
partes con su verbo prodigioso de vendedor de específicos y formulas mágicas,
para atraer la buena suerte y atar por siempre al ser amado, parecía que se las
sabia todas.
Cuando hizo muchos amigos en las
tiendas donde ofrecía su mercancía y sus servicios, empezó a beber como todos
los caballeros porque ese fue y sigue siendo el deporte preferido de mi
poblado, hasta perder la razón. Cuando se supo que su apellido era Bautista le
acomodaron el Juan por delante y así quedó para siempre: JUAN EL BAUTISTA. Como
el tipo era adicto a las bromas, los chistes, coplas chascarrillos y otras
manifestaciones del humor popular, se destapo primero con adivinanzas picantes,
chistes de doble sentido y coplas contra todo lo divino y lo humano. A medida
que aumentaba la confianza comenzó a buscar apodos para todos los señores y
señoras del pueblo, comenzando por sus amigotes y siguiendo por derecha contra
todo lo que se movía en dos patas.
Quiero aclarar lo de dos patas; en mi
pueblo los gallos son una de las distracciones y los criadores ponen nombres a
sus animales, asi que “Espuelita”, “Cantaclaro”, “Vengador”, “Sangrebrava” y
muchos otros fueron bautizados por Bautista que aun no era nombrado Juan. Con la
confianza que le brindaban durante las horas de bebida empezó a bautizar sus
amigotes como “Mangamiada” porque siempre se salpicaba cuando iba a orinar, “Culichupao”
por su escasez de nalgas, “Matasuegras” porque era viudo dos veces, “Polvotriste”
porque se le salían las lagrimas cuando tenía sexo… y así con todos los
contertulios de sus juergas nocturnas. Y ahí si llegó el momento de apodarlo
Juan el Bautista.
El bendito Bautista tomó su apodo en
serio y cada vez que acomodaba un sobrenombre a una víctima del pueblo se
paraba ceremonioso y decía: “Fulano de tal, yo te bautizo “Muertoparao” en el
nombre del padre, de los hijos y de todos los sinvergüenzas aquí presentes,
amen” echaba una bendición sacrílega al aire y todos soltaban la carcajada. Fue
tanta la algarabía por los bautismos que sus alias se hicieron comunes y ya
nadie se llamaba como lo puso el cura en la iglesia sino como lo bautizó Juan
el Bautista en una taberna… pero todo tiene un final.
El comienzo del fin llegó cuando el
hombre empezó a bautizar a las autoridades civiles y eclesiásticas a sus
espaldas, como puede suponerse, y los pobladores a llamarlos por el apodo y
cuchichear cuando transitaban por las calles. “Panceburra” era el alcalde por
su abdomen prominente; “Mamasanta” la madre superiora de las monjas, “Culoetonta”
el comandante de la policía, “Asaltacunas”el juez municipal por su gusto por
las muchachitas y así con los del consejo, el rector del colegio y demás
personajes destacados del pequeño poblado: “Pedoloco”, “Mocochirle”, “Manoerrana”,
“Sabandija” y cuanto bicho o parecido encontraba lo acomodaba a alguien.
Todo era bajo control hasta que
empezaron a filtrarse los apodos a los que inocentemente los llevaban con su
desconocimiento. Y ahí no paro la cosa porque, llevado del éxito y las risas
que lo proclamaban Bautista de los apodos, se metió con las damas, lo más
sagrado de la comunidad. Y no era en si el sobrenombre sino el significado que
tenía y que llegó a oídos de las víctimas por la vía de la chismosa del pueblo.
Uno de los borrachines estaba casado con ella y muerto de la risa le contaba de
los nuevos apodos que causaban hilaridad en ella de la misma manera. Pero cuando
se metió con sus amigas y conocidas… ah, y con ella misma, eso fue el mierdero
como dijeron después sus amigotes y es que no era para menos.
Mientras no hubo traducción de
significados el problema no estalló pero cuando se supo que “Carpaecirco” quería
decir que la clavaban en cualquier potrero, “Vasodeagua” no se le niega a
nadie, “Cajeroautomatico” abierto las 24 horas, “La ninfómana” que no se
saciaba con nada, “Monedita” que pasa de mano en mano, “Billetico” que todos la
manosean y así con muchas otras. Por fortuna alguien le avisó antes de que
esposos, padres, hermanos y novios llegaran a lincharlo para premiarlo por su
buen sentido del humor.
Uno de sus amigos lo llevó hasta un
pueblo cercano donde subió a un bus rumbo a la capital y nunca jamás se volvió
a saber de Juan el Bautista. Lo recordamos porque sus apodos perduran y algunos
han trascendido a otras poblaciones y algunas mujeres deben su separación a que
sus cónyuges investigaran su apodo que resultó ser reflejo de la realidad.
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