Estaba cuidando mis
palomas mensajeras un martes a medio día cuando llegó y se presentó como un
enviado divino; le pedí, por favor, que aguardara un momento mientras terminaba
de asear las jaulas y dijo que no; le rogué que esperara en tanto echaba el
alimento en los comederos; repitió su no dominante; supliqué mientras los
sedientos animales aguardaban a que cambiara el agua de los bebederos y me
gritó con voz celestial que no podía concederme un segundo. Continuó
amargándome el rato hasta que me cansé y con las tijeras de cortarles las
plumas a las aves rebeldes le despunté las puntas a las alas arcangelicales
de enviado de Dios.
Hoy convive con las
palomas blancas, parecidas a Espíritu
Santo, y procrean hijitos mensajeros que llevan
cartas al cielo.
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